lunes, 1 de septiembre de 2008

La Balanza de la Injusticia


Tengo exactamente 22 años, 11 meses y 28 días, si contamos que nací un año después de otro biciesto y, por ende, sólo faltan 53 horas y 49 minutos más para mi próximo natalicio, exacto.
Como siempre, pongo todo en una balanza y mido, a ojo más que crítico, mis últimos 365 días.
*NO* es malo el resultado, sinceramente.
Pero, les confieso, mi más terrible y acechante pecado que sigue atormentandome hace más de dos años y medio: poniendolo en una balanza, yo no sé porqué, a veces él sigue pesando un poco más.
O no *MAS*, sinó que diferente.
Como pesar 1 kilo y 1 litro.
O 1 kilo de plomo y 1 kilo de plumas.
Qué pesa más?
De éste lado del cuadrilátero tenemos al hombre más tierno, lindo, dulce, compañero, inteligente, gracioso, honesto, caprichoso, divertido, paciente y complaciente del mundo. Un hombre que tiene la medida justa *de todo* y al mismo tiempo no es tan perfecto como para catalogarlo como *el perfecto pelotudo* en el que se suelen convertir los hombres con todas estas cualidades a cuestas.
C. sabe consentirme sin caer en la desgracia de ser el pichicho atolondrado de una mujer con un carácter de mierda como yo. Cuando me paso de la raya con la idiotez, sabe frenarme de la manera más justa (más merecida) ganando TODAS las partidas porque termina haciendome ver lo boluda que puedo ser muchísimas veces.
Con él se puede crecer y *ser*.
Qué otra cosa puede pedir una mujer?
Poco y nada.
Pero si existe en el mundo ese *poco*, o por lo menos en mi mundo, es una simple respuesta.
Una respuesta que quedó perdida quién sabe donde, en qué universo paralelo donde soy la misma, o no.
Del otro lado del ring, para pelear contra mi excelso caballero perfecto (casi perfecto) no hay nadie. Está vacío. Y C. le da pelea, todo el tiempo, porque no se aferra a eso de que "ojos que no ven, corazón que no siente". El no puede ver, pero lo siente. Yo sé que lo siente.
Yo sé que a veces él sospecha que sigo soñando.
Que escucho "Penélope" y se me licúa un poco el corazón.
Que le reprocho a mi madre el haberme lapidado el día que me confesó que todas las mujeres alguna vez fuimos una Penélope; que alguna vez nos dejaron esperando con la promesa de que algún día, en algún momento, iban a volver.
Y lo que *no entiendo* definitivamente es PORQUÉ MI BALANZA SIGUE ESTANDO IRREGULAR.
Porqué si de un lado tengo *TODO* y del otro no tengo nada, la aguja marca, perra de mierda, la mitad perfecta entre ese vacío y ese hombre que sí existe, que sí está, que sí se quedó.
No hay más pelotas, ni más puertos ni fines del mundo.
No hay más Helsinky, ni Sinaloa, ni Alkmaar, ni Austria nevada.
No hay más sets, ni games, ni fideos con filetto.
No hay más esquinas ni panes con miel.
Y no lo añoro, LO JURO.
Pero es que, a veces, me pregunto...
Porqué es TAN PUTO el amor?
No lo cambio.
A C. no lo cambio.
Porque es el hombre que me cambió.
El hombre que me enseñó que el amor es *más* que un amor *rápido y furioso*.
El hombre al que abrazo mientras duermo 5 días a la semana.
El hombre que logró enamorarme aún en desventaja, y sabiéndolo.
El hombre que supo que tenía más chances de perder y sin embargo apostó todo al rojo, al *rojo pasión*.
El hombre que yo quiero.
Y quiero que lo sepa.
*QUIERO* que lo sepa.
Que yo no puedo olvidarlo, simplemente porque lo amé.
Y que uno no deja de amar, porque el amor es *sin muerte*.
Pero que yo a él puedo amarlo igual.
E incluso con mayor intensidad, si sólo me dejara.
Quién, C.?
No, yo.
Si yo me dejara amar, una vez más, para tirar mi balanza a la mierda, que no es más que un pedazo de lata hecho de recuerdos.
Los recuerdos son unos hijos de puta.
Ese es mi pecado mortal: tener tan buena memoria que no puedo mandarlos a cagar como quisiera.
Pero así nací hace casi 23 años: loca un poco, nada más.